He decir que cuando el frío checo chocó contra mí nada más poner un pie en Praga, estaba deseando que esos ocho días pasasen rápido, tenía ganas de irme a casa. Pero Praga  me sorprendió gratamente, y es que a pesar de los suvenirs, sudaderas o postales. yo me he llevado todo lo mejor. Me quedo con las cervezas tomadas mientras estábamos todos sentados en el suelo en plena plaza del reloj astronómico. Perderse por calles empedradas. Subir cuesta arriba y sin aliento. Comer comida basura. Los castillos, las iglesias y los incontables monumentos. Las risas, y anhelos. Los cambios de habitación. Las fiestas de pijamas y botellones nocturnos mientras todos rompíamos las reglas. Karlovy. Los besos en Karlovy. Alemania y su encanto natural, sus barrios elegantes y su abundante naturaleza. Ls asquerosa comida del buffet y las caras de todos mientras la comían. Aquellos momentos en el recibidor cogiendo wifi. Tumbarse en la cama reventada. Mirar la luna. Correr para no perder el metro. Las lágrimas en el campo de concentración de Terenzi, pues era tan irónico que reinase la paz en un lugar donde todavía se sentía la muerte a cada esquina. El centro comercial. El puente de Karlos, el cual cruce muchísimas veces, viendo a la gente pasear, viendo el atardecer, viendo los puestos, oyendo las distintas conversaciones. El muro de John Lenon, y cantar junto al inglés que se gana la vida con su guitarra en ese lugar "Imagine", en honor a John, porque él se lo merece. Rozar con mis propios dedos el casino Roya de James bond. Kalorvy Vari, y sus balnearios , sus casa antiguas y amontonadas. El frío. El café caliente. Las noches de empalme. Volver atrás en el tiempo , a la época de los cuentos de hadas o a los locos años 80 con tan solo parpadear los ojos. Las nubes. La compañía. Los viajes en autobús. Las coronas checas . Las ilusiones.
Creo que Praga ha logrado enamorarme, ha conseguido sorprenderme, y  mucho. Y aunque al principio quería irme ahora lo que quiero es volver a repetirlo.